
Calamaro, entre el abucheo y el aplauso
la gira que lo reafirma como ícono incómodo del rock argentino
Mientras una parte del público lo abuchea y otra agota entradas, Andrés Calamaro sigue transitando esa delgada línea entre el artista popular y el provocador irredento. A días de haber sido noticia por su defensa de las corridas de toros durante un show en Colombia —gesto que le valió una ola de críticas—, el músico argentino redirige la atención hacia donde más cómodo se siente: el escenario. El Salmón anunció dos nuevas fechas en Buenos Aires para el 25 y 26 de noviembre en el Movistar Arena, en el marco de su Agenda 2025 Tour, y el público respondió con 13 mil entradas vendidas en pocas horas.
Lejos de pedir disculpas o matizar sus dichos, Calamaro volvió a las redes con un largo texto donde dispara contra lo que él denomina "nazis animalistas", "legisladores progresistas" y "fresas egoístas". En su retórica, la defensa de las corridas no es más que un capítulo más en su cruzada por la libertad de expresión, donde lo suyo no es simplemente opinar, sino provocar: “El rock existe para gustar y ofender, y ya ofendimos. La mitad de la tarea está hecha”.
Mientras tanto, la música sigue. Su gira 2025 lo llevará por Brasil, Perú, Ecuador, Irlanda, España, Francia, Dinamarca y varias ciudades argentinas, con la misma banda de los últimos años y un nuevo repertorio de clásicos. La última vez que tocó en el país fue frente a 60 mil personas en el Quilmes Rock, y su regreso a Buenos Aires genera una expectativa similar.
En tiempos donde muchos artistas buscan esquivar la polémica para no manchar su imagen, Calamaro elige enfrentarla. Desde su cuenta de Instagram mezcla agradecimientos, datos de venta y reflexiones filosóficas con munición gruesa. No hay cálculo en sus palabras, sino una necesidad casi visceral de plantarse en la vereda opuesta del consenso. Por eso molesta, por eso lo abuchean… y por eso también lo aplauden.
Andrés Calamaro no es solo un músico: es un personaje que incomoda, y ahí radica buena parte de su vigencia. En un presente donde el rock pareciera adaptarse a los tiempos para sobrevivir, él sigue siendo un espécimen raro: uno que se niega a ser domesticado.